ESPAÑA 01/08/2008
Pedro Barato
De un tiempo a esta parte la agricultura ha vuelto a la primera línea de los titulares, de las tertulias y de los comentarios políticos y económicos entre los más influyentes medios de comunicación y centros de opinión. Y no es para menos.
Nos encontramos en un momento crucial, con los precios más altos del petróleo, con una creciente demanda de materias primas, motivada fundamentalmente por el crecimiento demográfico del Planeta, que verá duplicada su población en los próximos 50 años, y por el despertar de potencias emergentes, con China e India a la cabeza, pero con seguidores en todo el Hemisferio Sur, y con unos costes de producción y de transporte que no se conocían desde hace décadas.
En este difícil contexto irrumpen en el debate, desde mi punto de vista de forma totalmente desequilibrada y posiblemente intencionada, los biocarburantes, que pasan de ser la posible solución “verde” a la dependencia de las energías fósiles, a ser los causantes de los males de la alimentacion mundial.
Como bien recuerda la Comisión Europea, no solo los responsables de Agricultura, sino también los de Energía, la demanda de productos agrícolas para biocarburantes no llega a 4 millones de toneladas, que representa un porcentaje ínfimo sobre un consumo mundial de cereales de 2.200 millones de Toneladas.
Es difícilmente explicable, y menos aun creíble, responsabilizar al 0’2 % de la demanda de cereales de ser la causante de la crisis alimentaria actual.
Mas bien al contrario, deberíamos dar un “toque positivo” y, tal y como preconiza la FAO, principal institución mundial en la concienciación de los problemas del hambre en el Planeta, reconocer que la producción de biocarburantes puede suponer un incentivo importante para estimular las inversiones en agricultura.
Parece que esta idea, en positivo, de la agricultura ha calado también en nuestros dirigentes, desde el presidente Rodriguez Zapatero hasta el flamante Presidente de la Unión Europea Nicolás Sarkozy, que inaugura el semestre francés apostando por el futuro de los biocombustibles de segunda generación y por una agricultura potente y moderna.
Y es que ahí radica, desde mi punto de vista, una de las principales causas de la actual situación del déficit alimentario, del abandono de la agricultura, en los países desarrollados e industrializados, pero también en los países menos avanzados, en donde, o bien se han paralizado las inversiones en agricultura, -es sangrante que solo el 3 % de los fondos destinados a Ayuda al Desarrollo (AOD) se dediquen a invertir en el sector primario en los países mas pobres -, o bien se invierte en agricultura de exportación, que no revierte en satisfacer las necesidades alimentarias de la población de estos países.
Son cada vez mas las voces que reclaman una nueva “revolución verde”; incluso dentro de la Unión Europea, la nueva presidencia francesa quiere “refundar la PAC” volviendo a sus principios de una agricultura basada en la producción, sin olvidar nunca las nuevas exigencias de los consumidores, tanto en calidad, como en responsabilidad productiva.
Esta “revolución verde” debe ir acompañada , no solo por la voluntad política de nuestros dirigentes, que ha de plasmarse en el compromiso normativo y financiero adecuado para dar estabilidad y futuro a nuestras empresas agrarias , a nuestras familias y nuestro entorno, sino también en esta gran herramienta que la ciencia pone a nuestra disposición a través de la tecnología, que permite optimizar nuestra superficie, racionalizar el consumo de agua y obtener los mejores rendimientos, siempre garantizando la sostenibilidad de la actividad agraria.
Debemos encontrar, y tenemos capacidad e instrumentos para ello, la forma de compatibilizar las necesidades energéticas con nuestra misión esencial de alimentar a la población.
La agricultura constituye, hoy más que nunca, un sector estratégico de primera magnitud. El sector primario puede, y quiere, ofrecer alimentos sanos, de primera calidad y producidos de acuerdo a los requisitos de una producción responsable.
Nuestra actividad juega, también, un papel importante en el mantenimiento del paisaje, de la biodiversidad y en el equilibrio de los territorios.
Pero además, la agricultura, nuestras producciones, nuestras explotaciones, también pueden ser la base de una nueva cultura energética, basada en las energías renovables, limpias y duraderas.
Una vez más la agricultura, en positivo, es la solución.