Sus preciadas y exquisitas manzanas reinetas y peras conferencia están en serio peligro. O mejor dicho, sus manzanos y perales. Sufren una recién llegada enfermedad, oriunda de los Estados Unidos y cuyos primeros focos aparecieron en España en 1996. La plaga tiene tan peculiar denominación porque, literalmente, quema al árbol infectado. Primero chamusca todas sus hojas, como si algún desaprensivo las hubiera prendido fuego, y finalmente acaba matándolo.
El año pasado ya se detectó en la Omaña, donde sólo el arranque masivo de árboles, tanto enfermos como cercanos a los dañados, está logrando poner a raya la enfermedad. Hacer lo mismo en El Bierzo será sin embargo un desastre. Allí la industria hortofrutícola es la base fundamental de la siempre delicada economía agrícola, donde genera no menos de 150 millones de euros al año. Pero las ayudas oficiales por árbol arrancado son de entre 12 y 40 euros, una miseria.
En La Rioja, la misma plaga ha obligado a arrancar este verano 6.000 perales en los términos municipales de Nalda y Albelda, donde se han detectado hasta doce focos diferentes. La voraz bacteria también ha infectado numerosos frutales en Bordils (Girona). Se expande imparable por toda España, la mayoría de las veces a lomos de árboles ornamentales infectados, como espinos de fuego y Cotoneaster, y no tiene tratamiento químico conocido. Exclusivamente la tala de los ejemplares afectados.
Primero los topillos y ahora los manzanos. Sólo espero que en esta ocasión los agricultores no acusen a los ecologistas de haber fabricado y soltado desde helicópteros tan terrible germen, como ridículamente aseguran han hecho con los incómodos roedores.