ESPAÑA 6/11/2007
La alta tecnología y el desconcertante mundo de la energía nuclear pueden parecer a años luz de las familias campesinas más pobres de los países en desarrollo, que luchan por ganar un dólar diario…
Sin embargo, las técnicas nucleares aplicadas a la agricultura están permitiendo a millones de esos campesinos obtener mejores cosechas y criar ganado más sano. Debido a que la mayoría de los 854 millones de personas hambrientas en el mundo viven en áreas rurales, en donde la agricultura es el principal medio de subsistencia, esta tecnología puede tener un impacto directo en el hambre y la pobreza.
Además, a pesar de la preocupación de la opinión pública sobre la energía nuclear, son métodos que han pasado rigurosos controles de seguridad. De hecho, sirven para incrementar la inocuidad de los alimentos, a la vez que benefician al medio ambiente.
Desde 1964, la FAO y el Organismo Internacional de la Energía Atómica han aprovechado esta tecnología para promover la seguridad alimentaria, a través de la División mixta FAO/OIEA, con sede en Viena.
“La tecnología nuclear supone un desafío para los sentidos: la gente no puede tocar, oler o sentir su sustancia, por lo que a menudo genera miedo”, explica Gabriele Voigt, directora del laboratorio de la OIEA en Seibersdorf, en las afueras de Viena y centro neurálgico de investigación y formación.
“La ironía –añade- es que esta tecnología puede hacer que los alimentos sean más inocuos y beneficien al medio ambiente, al tiempo que garantiza alimentos a las personas hambrientas. Estamos abriendo una puerta mágica, y el impacto positivo es evidente”.
Mejores cosechas
Por ejemplo, los científicos utilizan un método denominado irradiación para crear variedades de cultivos que son más resistentes a las plagas y crecen mejor en suelos pobres, una enorme ventaja para países en las regiones de África que sufren sequía, en donde los campesinos con menos recursos tratan de sobrevivir en tierras marginales.
Los alimentos también se pueden hacer más seguros a través de la irradiación, que destruye bacterias como Escherichia coli y salmonella, sin dejar trazas radiactivas. La eficacia de este método cuenta con el aval de la Comisión del Codex Alimentarius, un organismo internacional sobre normas alimentarias administrado por la FAO y la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que incluye expertos designados por los países miembros.
Como tratamiento poscosecha para los productos hortícolas, la irradiación también beneficia al medio ambiente, ya que supone una alternativa más segura que el bromuro de metilo, un producto que una mayoría de países han acordado eliminar en 2010 a causa de su impacto negativo en la capa de ozono.
Las técnicas nucleares pueden servir también para detectar un uso excesivo de pesticidas o de residuos de medicamentos veterinarios en los alimentos, así como para controlar la implementación de buenas prácticas agrícolas y veterinarias.
Existen otros campos en los que esta tecnología puede ayudar al medio ambiente. Por ejemplo, hay métodos para suprimir, o en algunas situaciones incluso erradicar, las plagas de insectos soltando machos esterilizados, en una especie de “control de natalidad”. Así se reduce el empleo de pesticidas químicos dañinos para el suelo y otros organismos. Otro ejemplo es la técnica nuclear que mide los recursos hídricos y permite localizar el agua y los nutrientes en el subsuelo, con lo que se reducen las pérdidas de estos dos valiosos recursos.
Dos agencias mejor que una
Qu Liang, Director de la División mixta FAO/AIEA, asegura que esta iniciativa es “uno de los mejores ejemplos de cooperación eficaz entre dos agencias de la ONU, con una combinación directa de conocimientos sobre agricultura y ciencia nuclear”.
“La FAO –explica- puede proporcionar información práctica sobre el terreno, por ejemplo sobre los efectos de la erosión del suelo sobre los cultivos, y la AIEA puede aplicar los conocimientos científicos sobre como resolver este problema”.
La División mixta trabaja con los países miembros para investigar e introducir nuevas variedades de cultivos, tratamientos contra las plagas o métodos para analizar los alimentos, entre otros aspectos.
También forma a científicos de países en desarrollo que cada año acuden a su laboratorio en Seibersdorf, en las afueras de Viena, y quienes a su regreso a sus países de origen pueden aplicar los conocimientos adquiridos.
“Investigamos –añade Liang-, damos consejos, orientación y formación a científicos internacionales, y ayudamos a coordinar los esfuerzos iniciales para aplicar su trabajo. Pero corresponde a los países retomar estos proyectos y ser capaces de darles continuidad en el futuro.
“Podemos generar una gran interés y voluntad política mostrando los beneficios económicos potenciales, lo que nos ayuda a persuadir a los gobiernos para que hagan las inversiones necesarias”, concluye.