ESPAÑA 17/01/2006
Comienza centrándose en La Ley de 28 de enero de 1906, bajo el reinado de Alfonso XIII, llamada de Sindicatos Agrícolas, que daba cobertura legal a diferentes movimientos asociativos en el mundo rural, con fines muy diversos.
Si la Guerra Civil y cuatro décadas de dictadura no se hubieran puesto de por medio, el sindicalismo agrario actual habría tenido sus raíces en los movimientos asociativos surgidos hace ahora un siglo.
La Ley de 28 de enero de 1906, bajo el reinado de Alfonso XIII, llamada de Sindicatos Agrícolas, daba cobertura legal a diferentes movimientos asociativos en el mundo rural, con fines muy diversos: comercialización de los productos, fomento pecuario, lucha contra las plagas, crédito agrícola, mutualidades de seguros, enseñanzas agrarias, entre otras. No figuraba en la Ley un carácter reivindicativo como hoy se entiende a un sindicato agrario. Más bien los sindicatos agrarios pasaban a ser sociedades como otras constituidas al amparo de la Ley de Asociaciones de 1887, pero con una serie de ventajas de índole fiscal y de prioridades a la hora de ejecutar el Gobierno su política agraria.
El éxito de estas organizaciones hay que buscarlo en el ámbito local. En nuestra provincia de León cumplieron un importante papel en localidades como Sahagún o Grajal de Campos, dando respuesta a la comercialización del cereal, a la elaboración y comercialización del vino o en el campo del crédito agrario.
El sindicato de Castilfalé adquirió la propiedad del Marques de Castrofuerte, que se parceló entre los 80 socios. El de Barrios de Luna construyó importantes cauces de riego. Otro ejemplo que cita la historia es el papel del Sindicato de Valencia de Don Juan en la resolución de conflictos sociales de la época relacionados sobre todo con los jornaleros del campo. Eran sobre todo sindicatos locales, que respondían a los problemas más inmediatos de los agricultores y ganaderos, y si bien se federaban en otros de ámbito provincial y nacional, vinculados a la Iglesia o a izquierda política según los casos, nunca consiguieron ser un referente de poder político o socioeconómico.
Pocos recuerdos han llegado hasta nuestros días de aquellas organizaciones sindicales de primeros del siglo pasado, que vivieron tiempos políticos convulsos de signos muy distintos, y que se abolieron con las primeras decisiones del gobierno franquista. Sería difícil en nuestra provincia encontrar incluso una cooperativa todavía en funcionamiento que hubiese tenido sus orígenes en aquel sindicalismo agrario.
Lo que no falta para los estudiosos en la materia es multitud de publicaciones de la época en las que se difundía con entusiasmo los beneficios de la sindicación agraria para una clase social que “languidecía en una vida de privaciones y penurias”. Para el recuerdo queda también el emblema del Sindicato Agrícola Católico de Grajal de Campos, un escudo bordado sobre la bandera de España, que se conserva en las oficinas de ASAJA de León después de haber sido salvado de la censura de la época.
El sindicalismo agrario actual data tan sólo de finales de los setenta, y no se inspiró en modelo alguno anterior, sobre todo porque no lo había. Si nuestra tradición sindical tuviese una trayectoria de 100 años, las cosas sin lugar a dudas hoy serían diferentes. No se habrían evitado crisis internas y externas y los principios y postulados se habrían tenido que actualizar conforme han ido corriendo los tiempos.
Pero esa tradición sindical que por desgracia hoy no tenemos, habría hecho que las organizaciones agrarias fuesen más fuertes e influyentes, y por tanto prestasen un mejor servicio a todos los agricultores y ganaderos. Cuando miramos con envidia hacia el movimiento asociativo de países como Francia o Alemania, lo que de ellos nos separa no es más que algunas decenas de años de historia, y por tanto de trabajo continuado en el único fin de proporcionar un mejor nivel de vida a los hombres y mujeres del campo.
No es mi ideal de trabajo el modelo de sindicalismo agrario católico de principios de siglo, ni mucho menos el representado por la liga de campesinos. Poco puede ser extrapolable a los tiempos que nos está tocando vivir, y más cuando el modelo sindical actual tiene su base en la actividad reivindicativa, propia de un grupo de presión, más que en el apoyo a los asociados en la comercialización de los productos.
Pero los agricultores de principios del siglo pasado que se asociaron en los sindicatos agrarios eran, como lo son 100 años después quienes pertenecen a una organización agraria, las gentes con más inquietudes, las más formadas, seguro que las más solidarias, las más inconformistas, y cómo no, muchas veces las gentes más humildes y con menos posibles que necesitaban de la ayuda solidaria de los demás para salir adelante.
Vaya para ellos nuestro reconocimiento histórico a su labor a favor de la agricultura y la ganadería, del medio rural y de la dignidad de esta profesión de agricultor y ganadero. Esos agricultores y ganaderos, cuya principal aspiración era poder trabajar más y conseguir mejores producciones para mejorar su nivel de vida, no entenderían ni papa de una política agraria como la actual en la que se penaliza al que produce, se establecen cupos, se subvenciona el dejar la actividad y en la que muchas veces quien más gana no es quien mejor labra las tierras, sino quien mejor se lee el Boletín Oficial de Estado.
Pero también estoy seguro que aquellos precursores del sindicalismo agrario se alegrarían de que las cosas hayan ido para mejor en la agricultura y en todos los sectores. De que se pueda vivir del campo aunque nuestra renta sea inferior a la media del resto de los ciudadanos, y se alegrarían de que disfrutemos de un sistema político en democracia y en Paz. Ellos no tuvieron tanta suerte.