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Tomate

Tomates con DNI

120 baserritarras vizcaínos compiten con invernaderos del norte de África invitando al consumidor a identificar en Internet de qué agricultor son las hortalizas que compra

ESPAÑA 19/09/2005


«El tomate sufre estrés», dice Alberto Lekerika a la puerta de uno de sus seis invernaderos de Lezama el baserritarra se adentra en una estructura acristalada donde crecen hortalizas de ''label''. Las tomateras no brotan de la tierra, sino de barras de roca pulverizada forradas de plástico y alimentadas con soluciones nutritivas. Dentro de unas cajas zumban abejorros encargados de polinizar. El paisaje es verde sin matices, pero a veces asoma un tomate de tonalidad diferente que se ha «estresado» por un cambio de temperatura. «Esto no es manipulación genética», aclara Alberto, de 39 años.

-¿Las hortalizas son como las personas?

-Hay que darles lo justo. Si la planta se siente demasiado a gusto, demasiado cómoda, sólo echa hojas. Pero si siente cercano el final, intenta reproducirse, florece.

La agronomía se ha sofisticado tanto que los baserritarras se explican como expertos en recursos humanos. «También sabemos que el sabor del tomate está asociado a los niveles de azúcar», matiza Alberto. Él y sus dos hermanos (Carlos y Jon) son socios fundadores de la cooperativa Garaia, que asesora y comercializa la producción de 120 invernaderos de las comarcas de Mungia, Gernika, Txorierri y Las Encartaciones. Representan el 60% del sector hortofrutícola vizcaíno y utilizan procedimientos naturales y respetuosos con el entorno. El año pasado produjeron unas 1.500 toneladas de tomate para ensalada con ''label vasco''. En menores cantidades, cultivan pimientos de Gernika con ''label'', lechugas, acelgas, kiwis y flores.

«Anota el número de lote de una bandeja con nuestros tomates», invita Unai Ibarzabal, gerente de la cooperativa. «Luego marcas los cuatro últimos dígitos en el buscador de nuestra web. Verás aparecer el nombre y los apellidos del baserritarra que cultivó los tomates y la fecha de recogida». Garaia, que tiene sus instalaciones a las afueras de Mungia, no es la única empresa orientada a la calidad, pero sí la primera que se ha comprometido con el consumidor a poner un DNI a las hortalizas recién compradas. «Esto es nuevo en España. No sabemos si se aplica en otro país europeo», admite Ibarzabal.

Desde el ordenador

La dirección electrónica de Garaia es accesible desde un PC. Para llegar al buscador hay que pinchar el ''ratón'' del ordenador sobre la palabra ''trazabilidad''. Esa palabra ha cobrado importancia tras la crisis de las ''vacas locas'' y describe el recorrido de un artículo desde el lugar de producción hasta la cesta de la compra. En la página web de Garaia, la trazabilidad abre una puerta virtual a 70 hectáreas de invernaderos vizcaínos que, según Unai Ibarzabal, intentan «sobrevivir en un mercado cada vez más internacionalizado».

El consumidor puede encontrar pimientos de freír cultivados en Marruecos y etiquetados con la palabra ''Gernika''. Los consiguen plantando semillas de Vizcaya en África durante las estaciones benignas del año. Mientras los abogados batallan por el derecho a imprimir ''Gernika'' en el envase, las posibilidades de Internet pueden transformar las denominaciones de origen, de manera que no sólo importe de dónde, sino quién.

«Hace años nos tomaban por locos», bromea Alberto Lekerika. El consumidor puede llegar a sus instalaciones de Lezama marcando 2-1-3-9, los cuatro últimos dígitos del número de lote que identifica una bandeja de sus tomates. «Es la evolución lógica del caserío», resume el baserritarra. Su padre fue un pionero de los ''plásticos'' en Vizcaya, pero se lamenta de que, varias décadas después, la agricultura no esté reconocida en Euskadi como en Francia, a pesar de que existen unas 40.000 explotaciones agrarias y 8.000 personas viven exclusivamente del caserío. «Ser aldeano estaba desprestigiado hasta hace poco», asegura.

Radiación solar

Alberto desistió de estudiar para ingeniero agrónomo porque le parecía una carrera «demasiado larga». Sin embargo, ha acumulado 21 años de experiencia. En el anexo de uno de sus invernaderos reposan sobre una mesa un ordenador y los ''cuadernos de campo'' de cada cultivo. Son estadillos llenos de detalles sobre la producción y están supervisados por técnicos e inspectores oficiales. Dos calefactores mantienen la instalación caldeada y una alarma vigila las posibles oscilaciones de temperatura. «Con los tomates usamos la estructura de cristal. Acentúa el efecto de la radiación solar», justifica Alberto.

Los Lekerika son propietarios de la finca donde trabajan, lo que les convierte en productores privilegiados. La especulación urbanística de Vizcaya ha disparado el precio de los terrenos rurales y no es fácil encontrar propiedades asequibles para alquilar. El precio medio de una hectárea agrícola asciende a 13.560 euros en Euskadi, un 9,3% más caro que en 2003. En un país que carece de ley autonómica del suelo, muchos herederos de caseríos son reacios a arrendar sus tierras, por si cambia la planificación urbanística. No se han publicado cifras oficiales sobre cuántas tierras agrícolas se han recalificado para construir viviendas en el País Vasco. Pero la superficie urbanizable ha aumentado un 75% desde 1996.

«Mejor no pensar en recalificaciones». Alberto Lekerika prefiere hablar de sus cosechas, dos tandas de tomates y pimientos cada año. Cuando le preguntan sobre las variables a tener en cuenta en un cultivo, aparta unas hojas con delicadeza y descubre un nido con crías de petirrojo; es un pájaro descarado y pedigüeño que ha buscado cobijo entre los pimientos protegidos con plástico. «Reduces los productos químicos y aparecen los ''inquilinos''», subraya Alberto. Los métodos naturales mejoran la calidad de vida de los petirrojos, pero también la del agricultor y sus dos empleados. «El trabajo es menos duro», reconoce.

El mayorazgo

Hoy no abundan los argumentos para convencer a un joven de que se dedique profesionalmente a la agricultura. El Gobierno vasco ha presentado un plan agroforestal que contempla la posibilidad de expropiar el dominio de una finca agrícola inculta -no la propiedad, sino el uso- para alquilársela a agricultores interesados en montar una explotación. Algunas voces lo han considerado un ataque a la tradición del mayorazgo; es decir, al corazón del caserío vasco; pero los partidarios de los cambios se preguntan si esa institución ha sobrevivido para que el primogénito construya chalés adosados.

¿Baserritarra o rentista? El presente de los Lekerika es el cultivo tecnificado. Alberto ha instalado en su explotación un cuadro general de mandos junto a un sistema automático de riego. A la izquierda, unos grandes calderos conservan el ''suero'' nutritivo de las plantas. Recoge 25 kilos de tomate por metro cuadrado y los somete a una especie de control ''antidoping'' para comprobar que no han sido tratados con ''sustancias prohibidas''. Los residuos se reciclan a través de un procedimiento regulado oficialmente. «Los tratamientos preventivos, con elementos químicos, no son buenos», recalca el gerente Unai Ibarzabal.

Igual que la guerra preventiva, por lo visto, existe también una «agricultura preventiva» que lo sulfata todo. La alternativa es utilizar variedades de insectos para declarar una guerra a las plagas sin causar ''daños colaterales''.

-¿Y las cajas con los abejorros?

-«Eso es valor añadido», insiste Unai Ibarzabal.

Un economista dirá que el abejorro es un factor de producción. Para un ecologista, es un agente de desarrollo sostenible. Alberto Lekerika garantiza que no pica si le dejan tranquilo. «¿Le damos un manotazo?», bromea.


 

 



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