ESPAÑA 04/07/2005
El número de personas que sufre desnutrición crónica en el mundo sigue siendo obstinadamente elevado, pero no se trata de una sorpresa ya que pocos países han emprendido hasta la fecha una lucha en gran escala contra el hambre, según Andrew MacMillan, Director de Operaciones de Campo en la FAO,
Sin embargo, esta tendencia se está invirtiendo, según explica MacMillan en esta entrevista.
Los esfuerzos para combatir la desnutrición crónica en los países en desarrollo están muy por debajo del ritmo necesario para reducir a la mitad el número de personas que pasan hambre para 2015. ¿Hay motivos para el optimismo?
Desde el punto de vista estadístico, la situación no está mejorando. Sigue habiendo más de 850 millones de personas víctimas del hambre crónica. Pero al mismo tiempo, cada vez más países están demostrando que se puede avanzar rápidamente hacia programas nacionales de gran escala contra el hambre, una vez que han tomado la decisión.
¿Puede citar algún ejemplo?
Brasil tomó el liderazgo a través de su programa Hambre Cero en 2002, y otros países están siguiendo su ejemplo. En mayo de este año, los presidentes del Chad, Malí y Sierra Leona presentaron importantes programas de seguridad alimentaria, para los que han destinado recursos económicos propios, solicitando contribuciones equivalentes de los donantes.
En el Chad, el gobierno prometió invertir 100 millones de dólares EE.UU. de sus propios recursos, procedentes del petróleo, y ha recibido promesas de contribución equivalentes de los donantes. El programa de Sierra Leona responde a la promesa del presidente Kabbah, en su reelección en 2002, de ''hacer todo lo que estuviera a su alcance para asegurar que ningún sierraleonés vaya a dormir con el estómago vacío'', durante el quinquenio de su gobierno.
Nigeria, el país africano más densamente poblado, inicia en enero de 2006 un amplio programa nacional de lucha contra el hambre, con un presupuesto de más de 250 millones de dólares destinado a cerca de un millón de hogares, equivalentes a 6,5 millones de personas.
Ya son cerca de 30 países los que consideramos que han adquirido el compromiso político de emprender grandes programas contra el hambre. Otros ejemplos de Africa son Kenya, Malawi, Tanzanía y Ghana. Se prevé que Sudán lance un gran programa, tanto en el norte como en el sur del país, en los próximos meses, que asociará las intervenciones de emergencia con un programa de largo plazo para combatir la inseguridad alimentaria.
En América Latina están tomándose medidas muy alentadoras para ejecutar programas nacionales de seguridad alimentaria en Guatemala, Honduras, México, Nicaragua y Venezuela. En una reunión reciente celebrada en la ciudad de Guatemala, representantes de todos los principales programas de seguridad alimentaria de la región se dieron cita para presentar sus experiencias y reflexionar sobre la forma de avanzar a la máxima velocidad en sus programas nacionales.
En Asia, Indonesia está concluyendo un programa muy amplio de apoyo a los distritos vulnerables a través de sus propios métodos para promover la seguridad alimentaria y reducir el hambre. Se trata de un acontecimiento muy importante porque, después de China -que ha avanzado mucho en la reducción del hambre a través de programas selectivos-, Indonesia es el país más poblado en Asia oriental.
Podemos ver señales en todo el mundo de que los gobiernos se mueven con una nueva determinación para combatir el hambre. Se percibe la voluntad política que se pidió en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación: cinco años después. Ahora es necesario colaborar con ellos y con otros grupos para presentar programas realistas. También en este aspecto hay motivos para el optimismo.
¿Podría explicarlo?
En primer lugar, existe un gran consenso entre las instituciones internacionales más involucradas en el problema del hambre sobre lo que es necesario hacer. La FAO las resume como ''enfoque de doble componente'', que combina la promoción de un desarrollo agrícola sostenible de amplia base (con especial atención a la pequeña agricultura), con programas selectivos para asegurar que las personas que sufren de inseguridad alimentaria y no tienen capacidad de producir sus propios alimentos ni medios para comprarlos puedan tener acceso a un suministro adecuado.
En segundo lugar, el proceso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) está adquiriendo impulso. Cabe esperar que los nexos cada vez más numerosos entre las estrategias de reducción de la pobreza y los ODM garanticen que se dé una atención más explícita a la función decisiva que desempeña la lucha contra el hambre en la reducción de la pobreza y en el cumplimiento de muchos de los demás ODM. Numerosos países desean asistir a Nueva York en septiembre [para la cumbre de las Naciones Unidas que tendrá como objetivo estudiar el progreso hacia el cumplimiento de estos objetivos], para informar de las medidas prácticas que están tomando para cumplir el objetivo de reducción de la pobreza y el hambre.
En tercer lugar, me parece que cada vez se es más consciente de que todo país en el cual una quinta parte de su población o más sufra de subnutrición crónica -hay más de 50 países en esta categoría- se dará cuenta de que es difícil lograr el crecimiento económico acelerado necesario para reducir la pobreza. Es como tratar de conducir un automóvil con el freno de mano accionado. Los países también están aceptando que, dado que el hambre es una importante causa de mortandad infantil, no es posible cumplir los objetivos de salud si no suben los niveles de consumo de alimentos entre los sectores pobres. También están dándose cuenta de que las economías rurales no tienen posibilidades de crecer mediante la inversión exclusiva en educación y salud, es necesario igualar estas inversiones con otras en los sectores productivos, en especial en la agricultura y actividades asociadas.
¿Qué medidas prácticas pueden tomarse para traducir esta voluntad política en acción?
La FAO y sus socios están asesorando a los países políticamente comprometidos para preparar ambiciosos programas de seguridad alimentaria, estableciendo como objetivo reducir a la mitad el número de personas que pasan hambre para el año 2015. Nos centramos inicialmente en programas realistas que se pueden llevar a cabo con recursos limitados y una gran confianza en que tendrán éxito.
En vez de pensar en duplicar las cosechas o la producción pecuaria, para lo cual se requiere trabajar con agricultores que disfrutan de mejores condiciones económicas y tienen acceso a los servicios y los mercados, es necesario cambiar de táctica para ayudar a las muy numerosas comunidades agrícolas vulnerables a fin de que obtengan, al inicio, resultados menos ambiciosos -como un incremento en su productividad del 25% al 30%-, pero que redunden en una mejor nutrición en el hogar. Esto permitirá a un mayor número de personas dar el primer paso para salir de la pobreza, al romper el círculo vicioso en el cual la escasez de alimentos limita su capacidad de trabajo y aprendizaje, y los deja expuestos a la enfermedad.
Esto repercute a su vez en la formulación de los programas, porque significa que no hace falta recurrir a personal de extensión agrícola muy capacitado sino que se puede formar a agricultores para que ayuden a sus propias comunidades a identificar y aplicar las que consideren las mejores soluciones locales específicas para combatir el hambre crónica y hacer un uso más productivo de los recursos de que ya dispone la comunidad, comprendidos los conocimientos autóctonos.
También es importante atender la dimensión de la seguridad alimentaria creando gradualmente una serie de programas de protección social que atiendan a diferentes categorías de personas víctimas de la inseguridad alimentaria. Los gobiernos tienden a decir: ''Es bienestar social y no podemos sufragarlo''. Lo que deja clara la última edición de El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, de la FAO, es que ante los costos del hambre y los beneficios de reducirla, los gobiernos no pueden permitirse dejar que su población padezca hambre.
Como se puede ver, están sucediendo una serie de hechos que, a nuestro entender, producirán resultado en unos cuatro o cinco años. El resultado no será inmediato porque hace falta que estos programas adquieran una relevancia equivalente a la del problema, pero no cabe duda de que este proceso ha comenzado a adquirir fuerza.
¿Cómo se puede hacer participar a más países?
La Alianza Internacional contra el Hambre ayudará. Se fundó con la idea de que erradicar el hambre no sólo es una tarea que corresponde a los gobiernos. Todos pueden contribuir a ella. La sociedad civil desempeña una función decisiva en este objetivo que es sobre todo nacional.
La eficaz campaña internacional para reducir la deuda ha sido dirigida por la sociedad civil. Lo mismo se puede hacer para poner fin al hambre. Cuando la gente se convenza de que es posible reducir el hambre en el lapso de nuestra vida, es posible que se realice con relativa rapidez. No hay obstáculos técnicos ni aun económicos insuperables. Es ante todo una cuestión de la humanidad decidir convertir el hambre -como se hizo con la esclavitud- en un fenómeno del pasado. De otra manera, se condena por pura negligencia a millones de seres humanos a una muerte prematura.