ECONOMÍA ECOLÓGICA Y
AGROECOLOGÍA
1.- INTRODUCCIÓN.
2.- LA ECONOMÍA INTERNALIZA LA NATURALES
3.- LOS SISTEMAS ECONÓMICOS COMO SISTEMAS ABIERTOS
4.- EL PROCESO ECONÓMICO COMO UN PROCESO ENTRÓPICO
5.- UN MODELO DE DESARROLLO AGROECOLÓGICO
5.1.- La sustentabilidad ecológica
5.2.- Criterios de valoración agroecológica
6.- BIBLIOGRAFÍA
1.- INTRODUCCIÓN.
La economía
ecológica es una disciplina científica que persigue la incorporación de las
variables ambientales a los modelos de gestión de recursos económicos. Es una
perspectiva, a diferencia de lo que en la literatura se conoce como economía
medioambiental, con implicaciones no sólo en la escala económica sino también en
la social, política y ambiental. Pero no es nuestro objetivo ahora ocuparnos de
sus implicaciones sino de sus raíces, de los argumentos que permiten definir y
defender un nuevo modelo de desarrollo que garantice simultáneamente el
equilibrio económico y ecológico.
El apartado inicial del presente artículo lo dedicaremos a reflexionar, en
términos generales, sobre la forma en que la economía incorpora y/o olvida el
medio ambiente, la naturaleza (Trabajos amplios y profundos que pueden ser
consultados sobre esta cuestión son ya clásicos para los seguidores de la
economía ecológica. Nos referimos a Naredo, J. M. (1987) y Martínez-Alier, J.
(1987). El primero de los apartados del presente escrito sigue diversos trabajos
de estos autores que no citaremos salvo considerarlo imprescindible.). En el
segundo apartado centraremos la atención en la definición de los sistemas
económicos como abiertos para, en el siguiente, defender la naturaleza entrópica
del proceso económicos. Efectivamente, las dos piedras angulares sobre las que
se edifican las propuestas económico-ecológicas son que las actividades
económicas ocurren, necesariamente, en conexión con los sistemas naturales y
que, en razón de ello, todas las leyes y procesos que ocurren en esos sistemas
ecológicos, como la Ley de la Entropía, deben ser variables
independientes en todo modelo de desarrollo.
Finalmente, en el cuarto apartado, trataremos de defender una visión particular
del desarrollo agrario: la agroecología. Efectivamente, es en el campo de la
agricultura donde la economía ecológica ha alcanzado mayores y mejores
resultados. Fundamentada en las estrategias de apropiación de comunidades
campesinas y buscando un equilibrio entre sus desarrollos tecnológicos y la
ciencia agronómica ha surgido el enfoque agroecológico. Su característica
fundamental es que se construye con o desde el campesino y no para el campesino,
tal y como sucede con el tradicional modelo “revolución verde”. Para no hacer
demasiada extensa esta comunicación, y dado que aspectos fundamentales de la
agroecología son tratados en otras partes de este libro, centraremos nuestra
atención en defender los criterios que permitan dirigir el funcionamiento de los
sistemas económicos (agrícolas en nuestro caso) en la dirección marcada por la
economía ecológica.
2.- LA ECONOMÍA INTERNALIZA LA NATURALES
No resulta fácil
encontrar una definición única y convincente de los objetos económicos que nos
permita circunscribir cual es su campo de actuación: la economía es la
asignación de medios escasos a fines alternativos, son algunas de las pocas
definiciones explícitas que se pueden encontrar en la literatura.
Sin embargo, tal y como demuestra Naredo en La economía en evolución, es posible
definir los objetos económicos mediante la Contabilidad Nacional, esquema de
representación del sistema económico. Así, podemos definir un objeto económico
como aquel que cumple con tres características fundamentales. Que sea
apropiable, intercambiable y reproducible.
Para ser apropiable, un objeto debe tener un dueño claramente definido, los
derechos de propiedad deben ser identificables. Un objeto será intercambiable
cuando tenga valor de cambio, esto es, un precio mayor que cero. Y será
reproducible cuando sea posible obtenerlo mediante un proceso de producción.
De esta forma, aquellos objetos que cumplan las tres restricciones serán
considerados económicos, aquellos que incumplan alguna de ellas no serán
preocupación para los economistas.
Las consecuencias de este razonamiento son variadas e importantes. En primer
lugar, existen bienes (el aire puro, esencial para los procesos respiratorios de
todas las especies, pero también los procesos ecológicos que permiten la
actividad económica o fundamentan la biodiversidad) que incumplen los tres
requisitos: no poseemos volúmenes de aire puro, ni existe mercado para su
intercambio, ni es posible obtenerlo, a escala global, a través de un proceso
productivo. En cambio, el aire acondicionado sí es un objeto económico pues
cumple con los tres requisitos. Por otra parte, existen males (la cicuta o las
bombas atómicas, por ejemplo) que sí son objetos económicos y, en consecuencia,
se consideran positivamente al medir el bienestar social.
Efectivamente, una consecuencia esencial, resaltada desde la economía ecológica,
derivada de la naturaleza de los objetos económicos es que las medidas de la
actividad económica o del bienestar (PIB o RN) sólo tienen en cuenta una porción
de los objetos existentes; aquellos que son reproductibles, intercambiables y
apropiables. Es por ello, y he aquí la paradoja, que el accidente del petrolero
Mar Egeo en la Costa da Morte incrementó el nivel de vida de los gallegos: los
sueldos y salarios pagados a los trabajadores, los honorarios satisfechos a las
armadoras que se emplearon en la “extinción” de la catástrofe, las compras de
productos químicos utilizados para la desaparición de la marea negra, las
indemnizaciones satisfechas a los afectado, etc., todo ello ha sumado en nuestra
particular contabilidad sin que, al mismo tiempo, se hayan descontado los
efectos que ese accidente ha tenido sobre la fauna y flora marinas o sobre los
ciclos biogeoquímicos que regulan los mares. Así, la primera conclusión a sacar
es que la economía ecológica rechaza la utilización del PIB como indicador del
bienestar y que la economía formal solamente se ocupa accidentalmente de las
funciones vitales de la naturaleza, solo en la medida que cumplan los tres
requisitos señalados.
Efectivamente, los economistas tradicionalmente incorporan la naturaleza dentro
de su función de producción de dos formas distintas: o bien bajo la categoría de
tierra o bien bajo la categoría de recursos naturales.
La tierra, obviamente, es apropiable e intercambiable pero no reproductible, A
pesar de incumplir con la tercera de las condiciones la tierra es considerada un
objeto económico. ¿ Cómo se soluciona esta paradoja? Quienes así proceden
consideran a la tierra en sentido ricardiano, esto es, la tierra es inconsumible,
no se deprecia con su uso. Proceder de esta forma es totalmente arbitrario pues
la evidencia nos dice que la tierra se puede perder irremediablemente: las
pérdidas de tierra por la construcción de infraestructuras es un caso
desgraciadamente presente en la actualidad, o la pérdida de tierra fértil por
prácticas agrícolas nocivas son ejemplos suficientes que demuestran la
consumibilidad de la tierra.
Por otra parte, la incorporación de la naturaleza en el proceso de producción
mediante la categoría de recursos naturales acarrea problemas cuando
consideramos los recursos no renovables que, claramente, incumplen el tercero de
los requisitos. En este caso, además, no es posible equipararlos al concepto de
tierra pues, por definición, los recursos no renovables se consumen con su uso.
¿Cuál es la solución en este caso? Considerar, de una forma nuevamente
arbitraria, que el agotamiento de cualquier recurso natural nunca será un
problema económico grave pues el hombre, mediante el progreso técnico, podrá
suplir cualquier escasez (Un claro exponente de este pensamiento es Solow, R.
(1974).).
A partir de estas consideraciones iniciales debemos preguntarnos sobre cual es
el proceder de la economía en la asignación de los recursos. La economía es la
ciencia de los precios y su formación consiste en que los individuos, con sus
dotaciones respectivas, acuden al mercado y expresan sus preferencias formándose
los precios de equilibrio cuando la oferta coincide con la demanda. De este
proceder general podemos reflexionar sobre tres cuestiones.
La primera hace referencia a que aquellos individuos que no tienen dotación
monetaria alguna no pueden acudir al mercado y, si nadie lo remedia, se morirán
de hambre. Esto es, el intercambio se producirá no en función de las necesidades
que tenga el demandante sino solamente cuando su demanda esté respaldada por
divisas. Los excedentes agrícolas producidos por la política agraria comunitaria
(PAC) son un ejemplo oportuno.
La segunda cuestión hace referencia directa al objeto de este artículo: los
recursos no renovables pueden ser utilizados en la actualidad, o pueden ser
consumidos por generaciones futuras: esto es, un barril de petróleo consumido
hoy significa un barril menos para mañana, o lo que es lo mismo, nuestro consumo
actual tiene que ver con el consumo que puedan hacer los agentes futuros pero,
dado que aún no han nacido, esos agentes no pueden acudir al mercado a expresar
sus preferencias por ese recurso no renovable del cual dispondrán, o no, en
función de la ética de la presente generación. ¿Cómo resuelve la economía este
grave problema ontológico? Pues otorgando a la demanda de las generaciones
futuras un peso determinado a través de una tasa de descuento. La economía y el
mercado operan normalmente con tasas positivas considerando, así, que la riqueza
del futuro es menos importante que la riqueza del presente. La cuestión no es
“acertar” sobre cual es la tasa de descuento óptima sino modificar la
operatividad de la economía en el sentido de que el economista se convierta en
historiador de la tecnología (la demanda futura dependerá mucho de cual sea el
estado de la técnica), en filósofo moral y sociólogo (se debe conocer como se
forman las preferencias.) Mientras, el mercado será un “óptimo” asignador.
Finalmente, si llevamos al límite extremo el individualismo metodológico y
enfrentamos la cantidad limitada de combustibles fósiles, por ejemplo, con toda
la demanda que se generará hasta que el sol deje de brillar, dentro de 5,000
millones de años, el resultado serán precios infinitos, vetándose su consumo
actual. Esta solución sería consecuencia de aplicar una metodología, la
individualista, que persigue la maximización del beneficio en el corto plazo a
problemas que afectan a toda la humanidad en los que está en juego la
supervivencia de la propia especie humana. En relación con esto es posible
realizar una nueva pregunta:
¿En razón a qué lógica los precios del petróleo, del cual existe cada vez una
menor cantidad, tienen tendencia descendente en los últimos años?
La respuesta a la pregunta formulada debemos buscarla en las relaciones de
poder, en el orden económico internacional vigente. Galeano lo explica
formidablemente; los impuestos occidentales que gravan las materias primas
importadas del Tercer Mundo superan al precio pagado al productor (Galeano, E.
1993), página 1).
3.- LOS SISTEMAS ECONÓMICOS COMO SISTEMAS ABIERTOS
El planeta Tierra es, por
definición, un sistema cerrado pues si exceptuamos el aporte material que
suponen los meteoritos tan solo intercambia energía con su entorno al recibir
continuamente la energía procedente del Sol. La economía es un ejemplo
contrario. Los sistemas económicos intercambian energía y materiales con su
entorno. Un sistema económico intercambia energía, materiales e información con
otros sistemas económicos; un sistema económico intercambia energía, materiales
y, también, información con los sistemas naturales. Es por ello que los sistemas
económicos son, por definición, sistemas abiertos. Sin embargo, esta
consideración no está presente en los modelos económicos convencionales.
Mientras que en la idea usual de sistema económico los objetos económicos nacen
y desaparecen dentro del propio sistema, en la medida que lo haga su valor de
cambio, en los sistemas económico-ecológicos los objetos económicos ya existen
antes de entrar a formar parte del propio sistema en virtud de su existencia
física y siguen existiendo después de que sean consumidos, en su forma de
residuos.
Esto significa que en el primer tipo de sistemas solo entrarán en la toma de
decisiones aquellos recursos y aquellos residuos que tengan un precio (ya sea
creado en el propio mercado o imputado por un agente) mientras que partiendo de
sistemas económico-ecológicos la posible “inconmensurabilidad” debe ser
sustituida por la comprensión de los fenómenos y de la interrelación entre los
diversos elementos, adquiriendo los objetos el carácter de económicos
independientemente de su conversión o no en un valor de cambio.
La visión ecológica de la economía considera que ésta es un sistema abierto al
establecer como relevantes tanto los efectos que un proceso económico tiene
sobre su entorno, mientras aquel está en funcionamiento, como las consecuencias
que sobre ese proceso tiene el entorno después que finalice esa actividad. Esto
es, la asignación de los recursos, la elección de los insumos, la producción y
su consumo no acontecen en sistemas cerrados, semiaislados de su entorno físico
y eternamente equilibrados tal y como ocurre en los modelos de desarrollo que la
ciencia económica convencional está utilizando desde su nacimiento.
Como afirma Kapp (Kapp, K.W. (1978), p. 126-128) “es posible que considerar a la
economía como un sistema cerrado resulte positivo desde un punto de vista
metodológico y que permita a la teoría económica formular sus conceptos y
teorías de acuerdo con la lógica matemática formal, pero eso tiende a perpetuar
una equivocada percepción de la realidad tomándose sus conclusiones equivocadas
e intrascendentes”.
Así, si consideramos los sistemas económicos como abiertos y “si las decisiones
económicas incontroladas, basadas en el cálculo de costos y rendimientos
empresariales, son básicamente incompatibles con el mantenimiento de estados
dinámicos de equilibrio ecológico y económico, entones será necesario volver a
formular y definir no sólo los conceptos de costos y beneficios sino, sobretodo,
los criterios de eficiencia y optimalidad económica..... (de tal forma que)
incluya el hecho de que lo que puede ser eficaz y óptimo, en el largo plazo, y
acaso destructivo desde un punto de vista social y global debido al descuidado
efecto acumulativo de las acumulaciones intersistema entre los sistemas
abiertos” (Kapp, K.W. (1978), p. 142-143)
Por último, podemos decir, siguiendo a Naredo (Naredo, J. M. (1987,b.)), que
aunque sea alcanzado ese sueño imposible de los economistas medio ambientales
estableciendo una correspondencia completa entre su mundo de lo económico y
aquel otro de lo físico, no por eso se habrán encontrado soluciones a los
problemas que originalmente suscitaba la gestión del medio ambiente, si por
solución satisfactoria se entiende aquella que al menos garantice la continuidad
de la especie humana. Esto es, las condiciones que exige el equilibrio
económico, de sistemas cerrados, no sólo no garantizan la estabilidad ecológica
sino que pueden contribuir a perturbarla, en sistemas abiertos. Esto significa,
desde la óptica de la economía ecológica, que la resolución de los múltiples
problemas ecológicos (Son problemas ecológicos actuales, de diversa naturaleza y
escala, los siguientes: calentamiento de la atmósfera, emisiones de CO2. lluvias
ácidas, deforestación, hambrunas generalizadas, aglomeraciones urbanas, pérdida
de diversidad ecológica y cultural, contaminación local, pérdida de tierra
fértil, etc.) a los que se enfrenta hoy la humanidad deberán ser resueltos no
mediante la ampliación de los actuales sistemas, cerrados, hasta que toda la
naturaleza sea objeto de valoración económica, sino mediante la definición de
nuevos sistemas, que intercambian energía y materiales con su entorno, en los
que los distintos componentes desempeñan una función independientemente de su
contribución a la obtención de beneficio empresarial y en cuya gestión deben
intervenir leyes, normas, restricciones no antropocéntricas (Obviamente, son los
hombres, y las mujeres, quienes deben tomar las decisiones. Esta aclaración es
necesario realizarla para evitar que el lector sitúe a la economía ecológica en
el limbo de las utopías, como aquella que supondría “naturalizar” en exceso el
comportamiento humano.)”.
Desde la perspectiva de la economía ecológica se tiene enfatizada la idea de que
el objetivo de maximizar la producción de los valores crematísticos tiene
favorecido en individuos y empresas una actitud depredadora que va en detrimento
del medio ambiente y de la estabilidad ecológica pues en el corto plazo resulta
más barato y, por lo tanto, más enriquecedor la apropiación de los recursos ya
existentes que aquella otra que se adapte a la capacidad de renovación de los
ciclos naturales (Un ejemplo es el libro VV. AA. (1979) en donde se analiza, en
un espacio geográfico concreto como en la Extremadura, la relación entre
explotación acelerada de los recursos, enormes beneficios empresariales y
desestructuración social observándose que, junto a condicionantes
institucionales, el mercado favorece aquellas actividades fundamentadas en la
destrucción de materia primas y energías no renovables cuyo impacto degradante,
tanto mediante la exacción de recursos como a través de la inserción de
residuos, resulta empíricamente evidente sin que el mercado “se entere” al
considerar sistemas cerrados, y en detrimento de otras actividades más
respetuosas con el medio ambiente en la medida que utilizan recursos
renovables.).
Por lo tanto, si nuestro objetivo es satisfacer las necesidades humanas sin
deteriorar el entorno físico sobre el que se desarrollan las actividades
económicas con el objetivo de hacer perdurables los sistemas de
apropiación/satisfacción debemos preocuparnos, tal y como hace la economía
ecológica, de analizar directamente las características intrínsecas del entorno
natural y enjuiciar el papel que cada una de sus partes y las relaciones entre
las mismas, juegan en el mantenimiento de la biosfera y de la vida humana.
4.- EL PROCESO ECONÓMICO COMO UN PROCESO ENTRÓPICO
La economía es la
única ciencia en la que la mecánica newtoniana, considerada pieza de museo desde
mediados del siglo XIX, sigue siendo operativa y ello a pesar de que los
pioneros trabajos del economista matemático Georgerscu-Roegen tienen establecido
la naturaleza entrópica del proceso económico. (El trabajo de 1971, todavía no
traducido a ninguna lengua ibérica, es un ejemplo pertinente.)
La conocida igualdad entre recursos y empleos muestra el espíritu mecanicista de
la visión convencional de la dinámica económica, por la que el sistema económico
es un sistema permanentemente equilibrado y autosuficiente. Un sistema en el que
el crecimiento puede ser infinito pues tomando como mecánico al proceso
económico se está considerando, por definición, que no existen
irreversibilidades ni escaseces, esto es, que un barril de petróleo puede ser
usado una y otra vez. La epistemología mecanicista del proceso económico implica
una representación circular del mismo, esto es, un movimiento pendular entre
producción y consumo en un sistema completamente cerrado y auto sostenido.
En cambio, la visión entrópica del proceso económico significa irreversibilidad,
pérdida de cualidad en los flujos de energía y materiales a través del proceso
económico que ocurren en un sistema abierto como el económico y, por lo tanto,
el sistema económico permanece en constante desequilibrio y no existe
aisladamente, por los imprescindibles vínculos que establece con el sustrato
material, tal y como acabamos de ver (Norgaard matiza lo que él denomina
“determinismo entrópico” de Georgescu-Roegen pues según aquel este no se da
cuenta de la imposibilidad de la vida humana antes de que la vida evolucionara
ganando en orden, esto es, mediante un proceso neguentrópico. Sin embargo, ambos
autores llegan a conclusiones similares: primera, que el hombre debe aprender
cual es su papel en el proceso evolutivo con el riego de “seguir el camino del
dinosaurio” tarde o temprano; segundo, que la mayor parte de las tecnologías que
se asocian con el desarrollo nos permiten, simplemente, utilizar los stocks de
baja entropía mucho más rápidamente, y, finalmente, que demasiado poco de
nuestro conocimiento y esfuerzo de investigación actuales son directamente
aplicables a la inmensa tarea de influenciar la coevolución para nuestro
beneficio. Véase Norgaard, R. B. (1984), 531-532.). Dado que la hipótesis de
partida de la economía ecológica es la necesidad de enmarcar a la economía
dentro del soporte ecológico, será mediante el conocimiento del funcionamiento
de la naturaleza, sustrato sobre el que se desarrollan las actividades
económicas, como podemos acercarnos a definiciones y estructuras de
funcionamiento operativas desde este punto de vista.
Así, si bien en virtud de la Primera Ley de la Termodinámica podemos decir que
el proceso económico ni crea ni destruye energía, sino que solamente la absorbe
y expulsa continuamente, cuestión de la que sí da cuenta la mecánica newtoniana,
existe una diferencia cualitativa entre lo que entra y lo que sale del proceso
económico. Según la Segunda Ley de la termodinámica la materia y la energía
entran en el proceso económico en un estado de baja entropía y salen en estado
de alta entropía.
De esta forma, frente a la naturaleza mecánica del proceso económico por la que
existe una equivalencia entre lo que entra y lo que sale, la naturaleza
entrópica del proceso económico defendida por la economía ecológica supone la
transformación ineludible de recursos materiales valiosos en desperdicios sin
valor (Georgescu-Roegen, N. (1980).).
Debemos, a continuación, ahondar en la correspondencia entre recursos valiosos y
baja entropía, lo que entra en el proceso económico, y desperdicios sin valor y
alta entropía, lo que resulta de este proceso.
El concepto fundamental sobre el que debemos retener nuestra atención es el de
entropía. La primera definición dada del 2º Principio de la Termodinámica
correspondió a Clausius en 1850 al establecer que “el calor no puede pasar
espontáneamente de un cuerpo a temperatura más baja a otro a temperatura más
alta” (Esta definición es obtenida de Paz Andrade, M. L. (1990)). Junto a esto
también se reconoció, por Thonmson, que una vez que la temperatura de un sistema
cerrado (como el universo, el planeta tierra o una habitación de una casa) sea
uniforme en todo el sistema, el movimiento de calor no se puede invertir sin la
intervención externa. Por ejemplo, el hielo transformado en agua no puede
recuperar su estado inicial a menos que se intervenga suministrando nueva
energía.
Lo que nos interesa son las implicaciones que esto tiene al nivel económico.
Pues bien, la energía, y también los materiales, existe en dos estados
cualitativamente diferentes: energía disponible y no disponible (Esta distinción
no tiene que ver con aquella otra de energía accesible y no accesible cuya
distinción radica en la posibilidad de disponer de energía en función de la
tecnología y de los precios existentes). Mientras que la primera puede ser
utilizada, la segunda ya no es susceptible de reemplearse nunca más. Por
ejemplo, con la utilización de un barril de petróleo estamos haciendo uso de
energía en su estado disponible, mientras que después de crear trabajo mediante
su combustión pasa a estado de no disponibilidad.
Una equivalencia más puede ser hecha: la energía disponible presenta una
estructura ordenada mientras que el desorden caracteriza a la energía no
disponible. De esta forma, la entropía también puede ser definida como una
medida del desorden o de la energía no disponible. Un incremento de la entropía
nos indicará un mayor desorden, una pérdida de energía disponible. En cambio,
una baja entropía hará referencia a una estructura organizativa ordenada, a una
alta capacidad para generar trabajo.
Podemos decir, para resumir lo anterior, que la Segunda Ley de la Termodinámica
nos indica que en un sistema cerrado la entropía, la energía no disponible, se
incrementa inexorablemente. Las implicaciones de esta Ley para la vida humana,
en general, y para la vida económica, en particular, son de enorme
trascendencia. A continuación tratamos de resumirlas en los siguientes puntos:
A.- Los organismos vivos, el hombre entre ellos, tienen la capacidad de
eludir el crecimiento de su propia entropía. Esto es, pueden tener una
estructura cada vez más ordenada. Sin embargo, este inicial “fallo” del 2º.
Principio no es tal pues para mantener su orden deben absorber baja entropía del
entorno. Como consecuencia, la entropía total del sistema se habrá incrementado.
Un ejemplo puede ayudar a entender esto: un litro de gasolina en nuestro
automóvil tiene una menor entropía, una estructura más ordenada, que el petróleo
original en el subsuelo. De aquí no podemos deducir que la actividad económica
haya evitado la Segunda Ley de la Termodinámica pues para el procesamiento del
combustible fósil se tendrán utilizado energía materiales adicionales. En la
forma de medios de producción, que tendrán incrementado el desorden en mayor
medida que el orden ganado con la gasolina en nuestro automóvil (Georgescu-Roegen,
N. (1980)).
Por su parte, los vegetales mediante el proceso de la fotosíntesis almacenan
parte de la radiación solar de tal forma que de no tener actuado parte de esta
radiación se convertiría en alta entropía, en energía no disponible. Esta es la
razón por la que hoy es posible utilizar en la forma de combustibles fósiles la
energía solar emitida hace millones de años.
B.- Al reconocer que el proceso económico transforma recursos naturales
valiosos en desperdicios sin valor debemos añadir, para justificar la
continuación de un proceso de tal naturaleza, que el verdadero producto del
proceso económico es un flujo inmaterial: el disfrute de la vida (Georgescu-Roegen,
N. (1975)). Solamente mediante este reconocimiento podremos diferenciar nuestro
campo de estudio (el proceso económico) de otros procesos físicos cuyo
comportamiento es similar.
C.- Este proceso entrópico, con capacidad para satisfacer las necesidades
humanas, sólo continuará en la medida en que seamos capaces de alimentarlo de
baja entropía. En este sentido, la economía ecológica afirma que todo objeto con
valor económico posee una estructura ordenada, esto es, baja entropía. Lo cual
no significa que todos los objetos con baja entropía tengan un alto valor
económico: los hongos venenosos tienen una baja entropía pero su valor económico
es nulo (Georgescu- Roegen, N. (1980), cita 12.).
D.- Finalmente, reafirmar la irreversibilidad de la degradación entrópica
de la materia y la energía. No es posible sostener, dado el estado actual del
conocimiento en las ciencias naturales, una visión circular del proceso
económico, una visión de continuo recomienzo de la actividad económica con los
mismos recursos. El proceso económico está sostenido sólidamente en una base
material, la naturaleza, y sujeto a determinadas restricciones que lo convierten
en unidireccional e irrevocable en el uso de la energía.
De todo lo anterior se deduce que el proceso económico, desde la perspectiva de
la economía ecológica, debe realizarse en términos distintos a los típicos de la
economía convencional. Siguiendo trabajos recientes de un equipo
multidisciplinar de investigación (Véase Valero, A. Y Naredo, J.M. (1989)),
podemos escribir el proceso económico de la siguiente forma:
F - P = L + R = I
Siendo,
F: Recursos utilizados en el proceso
P: Producto obtenido en el proceso
I: Irreversibilidad total
L: Pérdida de cualidad interna
R: Residuos generados
De esta definición se deduce que la irreversibilidad es siempre positiva; esto
es; que en todo proceso económico, sea de la escala que sea, existe una pérdida
de cualidad generada por su naturaleza entrópica: frente a los problemas
ecológicos existentes parecería razonable una estrategia que persiguiese reducir
a su mínima expresión las pérdidas de cualidad en que se incurre al asignar
recursos. Aclaremos, sin embargo, que la formulación del proceso económico en
los términos anteriores permite “únicamente” conocer los costes termodinámicos
del proceso productivo, esto es, la cantidad de recursos utilizados en producir
todos y cada uno de los flujos físicos de los sistemas energéticos, cualquiera
que sea su complejidad estructural. Las unidades de medida tienen la virtud de
ser objetivas respecto a tiempo, lugar y apreciación social de un tipo u otro de
manifestación material o energética. La exergía, o energía utilizable, será la
medida que permita la obtención de una base objetiva para medir los costos de
producción (La representación formal, las implicaciones y comparaciones de ambas
racionalidades productivas, mecánica o convencional y termodinámica o ecológica,
pueden encontrarse en Valero, A, y Naredo, J:M: (1989). Los avances teóricos
dados por el equipo de estos autores en el objetivo de establecer una función
del coste exergético que permita dotar de mayor objetividad las actuaciones
humanas puede encontrarse en el libro editado por AEDENAT (Asociación Ecológica
de Defensa de la Naturaleza) con motivo de la alternativa Conferencia Mundial
sobre “Energía para un mundo sostenible” celebrada en Madrid, en septiembre de
1992. Véase Naredo, J. M. (1993).).
El principal hecho a resaltar de una formulación de este tipo es que toda
actividad económica, en términos de exergía, conduce a una pérdida. Esto es, la
irreversibilidad, I, siempre será mayor que cero o, dicho de otra forma,
la energía utilizable que entra en el proceso, F. Siempre será mayor que el
producto obtenido, P.
5.-
UN MODELO DE DESARROLLO AGROECOLÓGICO
Hemos dividido este último
apartado en dos secciones. En la primera presentamos el marco general a partir
del cual es posible encuadrar el modelo de desarrollo agroecológico.
Efectivamente, estamos de acuerdo con Altieri cuando afirma que “es inconcebible
defender cambios ecológicos en el sector agrario sin defender comparables
cambios en todas las otras áreas interrelacionadas de la sociedad” (Altieri, M.
(1987), página 199. Este trabajo es, sin duda, un pilar básico de la
Agroecología.).
En primer lugar, por lo tanto, detendremos nuestra atención en presentar las
condiciones generales que debe cumplir, desde la óptica de la economía
ecológica, una estrategia de desarrollo que se defina como sustentable (La
sustentabilidad no es un concepto unívoco. En la tesis de Doctorado que estamos
realizando seguimos la pista a las distintas acepciones que este concepto puede
tener. Por el momento, podemos entender la sustentabilidad como perdurabilidad,
sin indicar que es lo que debe permanecer a lo largo del tiempo.) y, en segundo
lugar, defenderemos la utilización de 5 criterios para “valorar” el
funcionamiento económico–ecológico de los sistemas rurales.
5.1.- La sustentabilidad ecológica
Siguiendo a Georgescu-Roegen
(Georgescu-Roegen, N. (1975), e Geogescu-Roegen, N (1980).) podemos afirmar que
la supervivencia de la humanidad presenta problemas diferentes a los de las
otras especies; no es sólo económica ni sólo biológica, es bioeconómica. Esto
es, además de las necesidades endosomáticas (aquellas comunes a todas las
especies. Alimentación y abrigo) los hombre, y las mujeres, necesitan de
otros bienes para eproducirse automóviles, libros, ordenadores....). Para la
resolución de este problema el hombre puede aprovechar dos formas distintas de
energía disponible el stock o acervo de energía disponible ene los depósitos
minerales en las entrañas de la tierra o bien el flujo de radiaciones solares
interceptadas por la tierra.
Georgescu afirma que entre ambas fuentes de energía disponible existen
importantes asimetrías de las cuales depende la resolución del problema
bioeconómico señalado:
1) La primera
asimetría es que la componente terrestre es una existencia mientras que la
radiación solar es un flujo. En teoría, los hombres podrían utilizar en un único
período de tiempo todo el stock de recursos terrestres; sin embargo, no ejercen
ningún control sobre el flujo solar, estando impedidos para usar ahora el flujo
del futuro. En cambio, las existencias futuras de recursos terrestres están
afectadas por el consumo que se haga en la actualidad.
2) Cada una de las fuentes de energía disponible cumple un papel
específico. Mientras el stock terrestre permite elaborar todos los aparatos
fundamentales para fines humanos que satisfacen las necesidades exosomáticas, la
radiación solar es la fuente primaria, empezando con la fotosíntesis, de toda la
vida sobre la tierra. Además, no existe a escala humana un mecanismo capaz de
transformar energía en materia. Mientras que las generaciones futuras tendrán su
parte inalienable de energía solar, sus existencias pueden estar a ser
consumidas en la actualidad.
3) El stock de recursos terrestres es una fuente muy pequeña en comparación
con la del sol. Mientras que la actividad del sol durará 5 mil millones de años,
el stock de recursos terrestres es equivalente a únicamente unos cuantos días de
energía solar (cálculos optimistas cifran en dos semanas la equivalencia entre
todas las reservas de combustibles fósiles y la radiación solar llegada al
planeta.)
4) Desde el punto de vista de su uso industrial, la energía solar
presenta una importante desventaja respecto a la energía terrestre: ésta se
encuentra disponible en forma concentrada mientras que el uso directo de la
energía solar no es sencillo. El flujo de energía solar no se acumula en ningún
sitio a partir del cual pueda ser utilizada de una forma concentrada.
5) La principal virtud de la energía solar es que su uso no causa
contaminación adicional: esto es, los rayos solares que no son utilizados se
degradan inexorablemente. Sin embargo, de ser usada en un lugar distinto a donde
fue recogida el clima de ese sitio se vería afectado.
6) La supervivencia de todas las especies terrestres y acuáticas depende,
directa o indirectamente, de la radiación solar. Sólo los hombres y las mujeres,
a causa de su adición exosomática, dependen también de los recursos minerales.
En la medida en que ambas
son las fuentes principales de energía disponible y que presentan tan grandes
asimetrías, Georgescu-roegen afirma que como consecuencia de la fuerte presión
ejercida sobre el stock de existencias terrestres, debido a la moderna fiebre
del desarrollo industrial, así como a la necesidad cada vez más urgente de
reducir la contaminación ambiental y de hacerla menos dañina, lo que supone
demandas adicionales de esas existencias, el hombre debe redoblar sus esfuerzos
para encontrar la forma de utilizar con una mayor intensidad las radiaciones
solares.
Afirma, además, que al no existir coste de anulación del daño irrecuperable o
coste de reversión del agotamiento irrecuperable (proceso que padece el consumo
de materiales en virtud de la Ley de la Entropía, tal y como vimos en el
apartado anterior), son necesarias las regulaciones cuantitativas; esto es,
establecer cantidades máximas a utilizar de recursos no renovables y de
emisiones al ambiente. Hasta donde sabemos, este autor no profundiza en esta
cuestión. No obstante, defiende que “lo más que podemos hacer es prevenir
cualquier deterioro innecesario de los recursos y del medio ambiente, pero sin
pretender que sabemos lo que significa exactamente innecesario en este contexto”
(Georgescu-Roegen, N. (1975),página 805).
Todo esto lleva implícita una visión particular del proceso civilizatorio. En
efecto, la racionalidad y el paradigma de la economía ecológica apuntan a un
proceso social neguentrópico (Véase Leff, E. (1986) Este autor usa el concepto
de proceso social neguentrópico no con la ilusión de negar las leyes de la
termodinámica sino con el propósito de revertir un proceso histórico-social que,
fundado en la racionalidad tecnológica de la explotación de los recursos
naturales, tiene privilegiado un proceso creciente de transformación
termodinámica de los recursos llevando a una degradación exponencial de la
energía potencial acumulada en el planeta, a partir de la sobreexplotación y de
la desorganización de los ecosistemas naturales, lo que tiene implicado la
degradación de su potencial productivo.) tendiente a revertir el creciente
agotamiento de los recursos y la degradación de la energía disponible a través
de la conservación de las estructuras materiales, ecológicas y culturales
capaces de generar un desarrollo biológico y sociohistórico sostenible.
De esta forma, una racionalidad productiva fundada en el concepto heurístico de
proceso neguentrópico tenderá a contrarrestar aquella tendencia al agotamiento y
a la degradación mediante el máximo aprovechamiento (ecológico y cultural) del
proceso fotosintético, como un proceso ecosistémico de generación de orden, de
materia vegetal y de energía bioquímica utilizable, orientado hacia el
incremento de la productividad social para la producción de satisfactores
humanos mediante la creación de un proceso histórico de organización ecológica,
de diversidad cultural y de complejidad productiva.
Más allá del simple mantenimiento de una diversidad genética y cultural, esta
nueva racionalidad apunta hacia un proceso de complejización de la organización
productiva. De esta forma, este proyecto social se opone a las tendencias
históricas que tienen determinado la uniformización ecológica, cultural y
tecnológica de los pueblos y la unificación positivista del conocimiento, que
han sido necesarios para elevar la productividad económica dentro de la
racionalidad capitalista de producción.
Un proceso productivo construido a partir de una visión de este tipo conduce
necesariamente al análisis de las condiciones ecológicas, tecnológicas,
económicas, culturales y políticas que hagan factible un aprovechamiento y
transformación de los recursos naturales orientado a maximizar el potencial
productivo de los ecosistemas (en función de su productividad primaria, de su
capacidad de carga, de sus condiciones de resiliencia y sus arreglos productivos
que determinan sus tasas ecológicas de explotación) y a minimizar el consumo de
recursos no renovables así como la descarga y acumulación de productos,
subproductos y residuos de los procesos de producción y consumo (Leff, E. (1986), páginas 70 y siguientes).
Para hacer operativos estos conceptos generales es posible enumerar una serie de
indicadores del desarrollo sustentable en estrecha conexión con las regulaciones
cuantitativas a que nos referíamos anteriormente al citar a Georgescu-Roegen:
1) Para los recursos renovables, la tasa de cosecha no debería exceder a su
tasa de regeneración.
2) La emisión de desperdicios no debería superar a la capacidad asimilativa del ambiente.
3) Para los recursos no renovales el indicador es más difícil de establecer. En la ausencia de perfecta sustentabilidad entre recursos renovables y no
renovables, el consumo de estos últimos difícilmente puede ser
compensado mediante la creación de substitutos renovables. En este caso,
la regla debe ser su conservación. En el caso en que la substitución sea
posible, los recursos no renovables deben ser explotados a una tasa que no supere a la de creación de substitutos renovables. De ser esta la opción, la
regla número 1 debe ser modificada en el sentido de que las tasas de
cosecha de los recursos renovables deben ser mantenidas por debajo de
las tasas de regeneración en una amplitud necesaria para compensar el agotamiento de los recursos no renovables.
5.2.- Criterios de valoración agroecológica
En la actualidad, como consecuencia del dominio de un modelo de
desarrollo excesivamente economicista, únicamente se utilizan variables
monetarias para “medir” la viabilidad de las actividades económicas, en general,
y
de las rurales en particular. De esta forma, para decidir sobre la viabilidad de
un
sistemas de gestión se tienen en cuanta aquellos bienes y procesos que son
objeto de transacción mercantil. El hecho de que los ingresos superen a los
gastos
y que esa diferencia suponga una tasa lucrativa respecto a la inversión
realizada
es suficiente para defender la persistencia de una actividad económica.
Sin embargo, desde la economía ecológica se defiende la utilización de
mayor información para decidir en uno y otro sentido. Obviamente, la viabilidad económica, tal y como tradicionalmente se entiende, es una variable fundamental
que condiciona la actuación de los agentes económicos. Sin embargo, no debe ser
la única. Pues bien, desde la economía ecológica todo sistema productivo agrario
puede y debe ser analizado a través de un conjunto de 5 propiedades. (Estas propiedades han sido, originalmente, diseñadas para estudiar sistema
rurales, sin embargo,
pensamos, se pueden aplicar a cualquier sistema de apropiación de recursos. Las
cuatro primeras
propiedades, productividad, sustentabilidad, estabilidad y equidad, han sido
propuestas por Conway,
G.R. (1986). Marten, G. G. (1988) añade una nueva propiedad, la autonomía de los
sistemas de
gestión de los recursos.)
1.- La productividad. Lo primero que debemos reseñar es que la
productividad puede ser medida en diferentes unidades y que, en función de las
unidades elegidas, tendremos un resultado u otro. Por ejemplo, podemos estar
delante de un sistema de gestión de recursos altamente remunerador en términos
monetarios pero que suponga una utilización ineficiente de los recursos
energéticos o que sus rendimientos, medidos en unidades de masa, presenten
tendencia decreciente. En consecuencia, dependiendo del tipo de unidades que
utilicemos podremos calificar a un sistema de gestión de más o menos productivo.
En general, podemos decir que el objetivo es maximizar la productividad del
factor
más escaso (Esto significa que la productividad de la fuerza de trabajo, indicador más
común de la eficiencia de un
sistema de producción, solamente será adecuado cuando se trate de un contexto en
el que la mano de obra sea
escasa. Si lo escaso es la tierra fértil, por ejemplo, el productor estará
interesado en maximizar la producción
por unidad de superficie.).
Desde la perspectiva de la economía ecológica se defiende la utilización de
unidades físicas para medir la productividad de los sistemas rurales pues ese
tipo
de unidades son, por definición, invariantes en el tiempo y en el espacio y no
están
sujetas a apreciación humana. Esto no significa que se rechacen frontalmente las
unidades monetarias.
Vamos a comentar, a continuación, algunas de las iniciativas más
interesantes que trataron de medir eficiencias no convencionales. Un ejemplo, ya
clásico, son los balances energéticos (Pueden consultarse los dos trabajos de Naredo, J. M. y Campos, P. (1980) en
el número 15 de Agricultura
y Sociedad.); trasladando a unidades energéticas
todos
los inputs y outputs, con costo de oportunidad, y comparando sus cuantías se
llega a la conclusión de que la modernización agraria estilo revolución verde
conduce a la pérdida de eficiencia energética: esto es, mediante la aplicación
de
variedades de alto rendimiento, mediante la sustitución de métodos tradicionales
de gestión por modernas tecnologías estamos, por así decirlo, comiéndonos el
petróleo.
La metodología de los balances energéticos presenta un problema y es que
no distingue entre la procedencia de los recursos. El coste ecológico propuesto
por Punti (Puntí, A. (1988)), definido como la cantidad de recursos necesarios para obtener un
producto dado nos permite tanto distinguir entre recursos renovables y no
renovables como comparar la velocidad de consumo de recursos con el ritmo de
los ciclos naturales de producción de esos recursos. De esta forma podremos
conocer el balance de las existencias o las variaciones en la velocidad de
consumo de los stocks de recursos. Punti llega a resultados patéticos: de los
años 50 a los años 70 la agricultura española multiplicó por 29 la velocidad en el
consumo del stock de recursos accesibles (Puntí, A. (1982), página 297.).
Podemos decir, para concluir, que el objetivo debe ser maximizar la
productividad de los ecosistemas (será aquella que garantice la rentabilidad
económica del sistema de producción mediante un consumo reducido de recursos
no renovables, de tal forma que se cumplan las reglas 1 y 3 apuntadas en la
sección anterior) no mediante la utilización de cantidades crecientes de insumos
de producto (nuevos y caros recursos: abonos industriales, pesticidas,
variedades
de alto rendimiento, etc.) sino mediante nuevos insumos de proceso (cambios
estructurales en los ecosistemas, asociación de cultivos, rotaciones, etc.) Por
ejemplo, el control e plagas mediante plaguicidas (insumo de producto) exige la
aplicación reiterada de los mismos para mantener los niveles de productividad.
En
cambio, mediante la introducción de agentes biológicos que alteren
permanentemente las características intrínsecas del sistema (insumo de proceso)
podremos garantizar continuamente elevados niveles de productividad.
2.- La sustentabilidad. La sustentabilidad, desde la perspectiva de la
economía ecológica, puede definirse como la capacidad que tienen los sistemas
productivos para mantener a lo largo del tiempo sus niveles de productividad
cuando son sujetos a una presión o perturbación (Definición que procede, originalmente, de Conway, G. R. (1986), página 23,
pero que es asumida por otros
defensores de la Agroecología. Véase Altieri, M. (1987), página 41.). La diferencia entre ambos
elementos distorsionadores radica en el grado de productividad. La presión es
una
distorsión regular y continua a la que están sometidos los sistemas productivos (agroecosistemas, en nuestro caso). Deficiencias del suelo, toxicidades o
crecimiento de la deuda son ejemplos de este tipo de distorsión. La
perturbación,
por su parte, es una distorsión irregular, infrecuente e impredecible tal como
una
repentina devaluación (dificultaría la importación de abonos inorgánicos, por
ejemplo) o una inundación.
Un sistema productivo será sustentable cuando esté dotado de abundantes
mecanismos internos para recuperar la senda de desarrollo anterior a la
actuación
del elemento distorsionador.
3.- La estabilidad. Es definida esta propiedad como la constancia de la
producción bajo un conjunto de condiciones económicas, ambientales y de gestión
cambiantes. Por una parte, existen presiones ecológicas que son datos para los
productores (régimen de lluvias, temperatura, etc.) y no es posible su
modificación.
En otros casos, la estabilidad de los sistemas productivos si puede ser
modificada
mediante la elección de determinados cultivos o estrategias de manejo que
mejores la capacidad de esos sistemas para superar determinadas tensiones.
Altieri (Altieri, M. (1987), páginas 42.44) señala tres fuentes de estabilidad:
3.1.- La estabilidad de gestión. Se deriva de la elección de las tecnologías mejor adaptadas a las necesidades y recursos de los agricultores.
3.2.- Estabilidad económica. Está asociada con la capacidad de los agricultores para predecir precios de mercado y adaptar sus cultivos y
estrategias a los mismos con el fin de sostener su renta.
3.3.- Estabilidad cultural. Depende del mantenimiento de la organización y
contexto socio-cultural que creo el sistema productivo a través de generaciones.
4.- La equidad. Igual que para las anteriores propiedades, no existe una única aceptación del concepto de equidad. Bien podemos concebir la equidad en
el sentido de cómo de ecuánime es distribuida la productividad de un sistema
entre sus beneficiarios humanos. También es posible definirla diciendo que es
alcanzada cuando un sistema productivo puede hacer frente a elevaciones de la
demanda de alimentos sin que se incremente el costo social de producción.
Bien es sabido que en la actualidad los sistemas de gestión no incorporan
esta variable. Sin embargo, ya a principios del presente siglo había una
corriente
económica que defendía la necesidad de que junto a la productividad se
instaurasen criterios de equidad en la asignación de los recursos productivos (Nos estamos refiriendo a Chaianov, A. V. (1988). Este autor defiende que para
valorar la organización de la
producción agraria es necesario utilizar dos criterios elevar el grado de
desarrollo e las fuerzas productivas y
democratizar la distribución del beneficio nacional.).
5.- La autonomía. Tiene que ver con el grado de integración de los
agroecosistemas, reflejado en el movimiento de materiales, energía e información
entre sus componentes y entre el agroecosistema y el ambiente externo, y
también con el grado de control de esos movimientos.
En consecuencia, la autonomía de un sistema de producción está
estrechamente relacionado con su capacidad interna para suministrar los flujos
necesarios para la producción. Para entender este concepto resulta operativa la
clasificación de los recursos en internos y externos que realizan Francis y
King (Francis, Ch. A. Y King, J.W. (1988). Los recursos internos son aquellos
recursos propios, de fácil acceso y
de costes reducidos mientras que los extremos son aquellos recursos ajenos,
monetariamente costosos.).
Así, la autonomía de un sistema de producción descenderán en la medida que se
incremente la necesidad de acudir al mercado para continuar la producción.
Debemos decir, para acabar con esta introducción a las aplicaciones
agrarias de la economía ecológica que estas propiedades no son independientes
unas de otras. Esto es, si bien el objetivo es alcanzar sistemas de producción
que
sean simultáneamente productivos, sustentables, estables, equitativos y
autónomos existen incompatibilidades entre esas propiedades. Para alcanzar alta
productividad se debe sacrificar una parte de la sustentabilidad: sistemas
altamente estables pueden gozar de falta de equidad, etc. Aunque fundamentales,
estas cuestiones no las tratamos aquí pues nuestro objetivo ha sido presentar
las
líneas arguméntales fundamentales que permitan elaborar, posteriormente,
estrategias de manejo de los recursos que sean compatibles con los postulados
de la economía ecológica y con los condicionantes ineludibles de las comunidades
locales.
6.-
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Xavier Simón Fernández
Profesor Asociado del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de
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